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Qué piedra tan antigua... Qué rosa tan altiva la de tus labios niños, qué ocre tan celoso de su color cautivo, qué ríos liliputienses surcan la carne oblicua hasta llegar al río cabal de mis arterias. Qué labios tan labios de cera, ensangrentada de deseo quizá, acaso de indolencia —que la Muerte no los toque, no, que su rubor rubrique las auroras— que de ellos ya sólo espero la obsequiosa y lenta insurrección de su saliva. Lirio que asoma su botón primero de ardida liviandad amanecida y da a morder sus pétalos yacentes a Febo seductor, a Hécate antigua. ¡Qué labios tan de barro y tan de agua, tan de mentida y vesánica querella harán hincar los dientes resignados en tal sustancia ingobernable y fiera, antes que al humo, al átomo, al abismo huyan por el vano peristilo de los horas..! Kástor

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